LOCURA


Mi vida siempre ha sido completamente ordenada, con altibajos como todas, pero siempre siguiendo una cierta lógica.

La definición de “buena chica” encajaba a la perfección conmigo, con tan sólo alguna excepción, algún momento fugaz en que se reveló mi yo más valiente y metió en algún pequeño lío a mi rutina y que hoy parecen tan lejanos...

Las normas morales, principios aferrados en los que he creído durante más de veinte años, y que se suponía formaban mi personalidad, se han difuminado de la noche a la mañana por culpa de una voz oscura.

Sólo de pensar en cómo me mira, con una profundidad vertiginosa, mientras se muerde ligeramente el labio inferior en una expresión mezcla de ansiedad y travesura, siento escalofríos, la cabeza me da vueltas y el control se pierde enganchado entre los mechones de su pelo.

Nunca antes había sentido una sinrazón así. Su cultura, su mundo y sus costumbres son completamente distintos a los míos, pero cuando él se acerca las diferencias se esfuman, el mundo no importa y el dominio y la razón se convierten en palabras insulsas que abandonan la habitación e incluso el país sin poder evitarlo.

Mis manos, consideradas morenas por muchas personas, parecen pálidas cuando deambulan por sus brazos y tiemblan cuando las suyas se aferran a mi cintura y se abren paso por mi pelo hasta rozar mi cuello.

En ese momento, eres feliz, una sonrisa se dibuja en tu rostro sin poder evitarlo y te sientes más viva que nunca. Y entonces, recuerdas que en pocos días él se irá. Sabes que en unas horas ya no podrás volver a compartir sus miradas largas y precisas y te obligas a ti misma a dejar de observarle, girarte para no tatuar aún más esa imagen en tu piel hasta hacerla imborrable.

Pero él, como casi siempre, tiene otros planes y no piensa salir de tu cabeza ni alejarse de tu cuerpo, al menos, no por esa noche. Las irisaciones de sus ojos ahuyentan cualquier pensamiento sobre el pasado o el futuro para obligarte a concentrarte en el loco presente. Las distancias se reducen, el olor a especias de su piel te enloquece una vez más y las dudas se deshacen en un beso de segundos eternos con el que te obliga a firmar un pacto implícito, apalabrado en silencio, que establece que, hagas lo que hagas, ese chico ya forma parte de ti y de tu historia.

DATE LA OPORTUNIDAD DE ESCUCHAR AL TREN


La algarabía tantas veces escuchada. Una mezcla de ruidos y palabras formando un amasijo conocido, eso que nos envuelve en cualquier calle o plaza y que nunca, quizás por el ritmo irreverente de nuestra vida, nos paramos a analizar.


Pero hoy es distinto. El tiempo está a tu servicio, la prisa es un concepto olvidado y estás allí, sentada en el sólido banco de madera de la vieja estación con el frío atravesando tu ropa y tu piel hasta asentarse en tus venas, y tienes la oportunidad.


Cierras los ojos y te dispones a averiguar las historias que se esconden tras los sonidos que te envuelven.


Un fuerte olor a combustible quemado atrae tu atención y un agudo pitido atraviesa tu sien; es la señal inconfundible de tu llegada al mundo de la percepción y de la llegada de algo más, de un tren que deduces de grandes dimensiones por el estruendo de su aparición, el cuál, tras hacer su entrada triunfal, frena con un estridente chirrido muy cerca de ti dejándote sentir el calor del hierro en tu rostro.


Las voces en el andén comienzan a aumentar de volumen. Entonces, sabes que muchas emociones distintas están a punto surgir y en el ambiente sientes que los nervios están presentes en las conversaciones banales y entrecortadas propias de una espera.
Después, las puertas del enorme ferrocarril se abren y el sonido sutil de las maletas atravesándolas y los pasos, cansados por el viaje, de sus portadores se introducen en tus tímpanos.


De pronto, risas. Una sincera explosión de alegría acompañada de cariño y alivio por el fin de una separación. Sin duda, es el encuentro, tantas veces deseado, de decenas de personas con aquellos a los que tanto habían echado de menos.


Y en medio de esa felicidad también percibes el discreto caminar de otros viajeros que arrastran su equipaje, solitarios, alejándose camino de la enorme ciudad, y con ellos se van disipando también las otras conversaciones, que siguen su rumbo, dejando una breve sensación de calma en tus oídos rápidamente rasgada por la voz metálica y distante proveniente de los altavoces colocados por doquier.


Otro viaje va a acomenzar, y ya no están en el punto de destino sino en el de partida, y el ambiente que te rodea cambia de manera radical.


Unas tenues frases, apenas audibles por el peso de miles de lágrimas contenidas, te congelan la sangre haciendo que no puedas percibir nada más. Cien promesas, palabras que dicen tanto y otras no pronunciadas que aún significan más. Quizás un beso, y después, pasos lentos alejéndose y un sollozo ya imposible de contener.


Por último, el silencio. El amargo silencio de una despedida inevitable. Alquien tiene que marcharse en ese ferrocarril que espera y tú también. Así que abres los ojos, se acabó tu tiempo. Te levantas, coges firmemente tu equipaje y te despides de la vieja estación a la que hoy por primera vez en tu vida te has permitido escuchar.

LA ENCRUCIJADA


Ha llegado el momento de la encrucijada. A todo el mundo le pasa alguna vez en su vida y ahora me toca a mi.

Es justo ese preciso instante en el que sabes que ya no puedes simplemente seguir caminando en línea recta y tiene que torcer hacia una u otra dirección. ¡Y ahí estas tú! parada sin saber que hacer y moviendo la cabeza a uno y otro lado y simulando que estás calibrando las opciones cuando, en realidad, la cantidad de ideas contradictorias que se agolpan contra tus sienes te impiden pensar con claridad.

La verdad es que la situación es complicada porque una "ceguera transitoria de doble sentido" es, exactamente, la enfermedad que tú misma te has autodiagnosticado. ¡Y es una dolencia fastidiada justo en el momento en el que una visión clarificadora te vendría más que de perlas!

Por una parte, y por mucho que fuerzas los ojos hasta convertirlos en asiáticos, no eres capaz de vislumbrar lo que hay detras de cada camino y el corazón se te angustia con esas típicas preguntas de: ¿y si escojo la puerta A y me equivoco?, ¿no me iría mejor atravesar la puerta B?. Y es que quien dijo aquello de "nunca sabes lo que te depara el destino" debía de ser, sin duda, un estudiante de quinto de carrera que no tenía muy claro si había vida después de las aulas.

Y, por si todo esto fuera poco, y como ya he dicho, llegamos al más difícil todavía aliñando la falta de visión sobre el futuro con una (esperemos que transistoria) ausencia absoluta de "imagen interna". Y, con este nuevo término médico que acabo e acuñar, y que sería la envidia del mismísimo doctor Freud, me refiero a que desde hace unos meses estás totalmente aturdida como resultado de una "resaca" más fuerte de lo que nunca hubieras pensado. Y lo peor es que ese atolondramiento te hace hacer eses al caminar y toparte con todas las paredes que encuentras a tu paso...

Así que ha llegado el momento de parar y pensar un poco o comprarte unas lentillas que curen tu dolencia antes de que te abras la cabeza contra cualquier esquina sentimental.

Las personas estamos diseñadas para una cierta continuidad, y de eso cada vez estoy más convencida. Somos seres de ideas fijas y mentes no aptas para giros bruscos por mucho que nos empeñemos en lo contrario. Las subidas que te dejan sin respiración y las bajadas vertiginosas están bien para la montaña rusa, pero una vez ponemos los pies fuera del recinto ferial a todos nos gusta saber cuál es exactamente el camino a casa y recorrerlo tranquilos sin perros furiosos ni atracadores que te asalten por el camino.

¡Vaya, acabo de descubrir otro síntoma de mi enfermedad! también me hace divagar. Así que retomaré lo que quiero explicar. Los periodos emocionantes, cargados de rayos, relámpagos y fuegos artificiales son, ¡a todas luces!, los que hacen que merezca la pena vivir, pero también tienen sus consecuencias y hay que saber sobreponerse a ellos y recolocar la adrenalina sin que te estallen las arterias una vez que han finalizado. Y yo no estoy segura de que medicación tengo que tomar para lograr eso...

Yo he vivido una de esas experiencias intensas e indescriptibles de parque de atracciones y tormenta cargada de truenos. Uno de esos años que hacen respirar, llorar y reir como si te fuese la vida en ello, que te llena de energía y te hace sentir tu humanidad en su más plena dimensión. Y tengo mis cicatrices.

La gente, en su cotidianeidad, continuidad y amor a lo rutinario, no está programada para sufrir cambios bruscos de personalidad. Todos los días vemos casos como el de aquella vecina que como un ritual día tras día riega las plantas de sus ventanas siempre en el mismo orden, con la misma jarra y con idéntica cantidad de agua sin pararse a pensar en otras opciones. O el de aquella otra que se casó con el chico de la puerta de al lado porque siempre estuvo ahí y ella llegó a no imaginarse su ordenado óleo sin él dentro del cuadro.

Por eso, a mi me está resultando tan duro. Porque yo he sido dos personas totalmente diferentes en tan sólo dos cursos lectivos y ahora ya no tengo claro con cuáles de esas cualidades y defectos que he descubierto debo quedarme. Y, lo que es peor, no sé cuáles de ellas encajan con mi actual "vida real".

¡Lo que sufro es un jet-lag a lo bestia! con el cambio de país de residencia se me han trastocado mucho más que los horarios. Al bajarme del avión en Madrid traje en el equipaje muchas cosas que no pasan la aduana de la vida vallisoletana.

Al otro lado del océano yo era más fuerte, independiente y decidida. Vivía las cosas disfrutándolas con intensidad en lugar de analizarlas y, sobre todo, dedicaba mi tiempo a exprimir el presente en lugar de hervirme los sesos cada noche haciendo crucugramas mentales sobre lo que va a ocurrir el próximo fin de semana. ¡Y todo salía mejor!

Supongo que si tienes la agenda llena de emociones no tienes tiempo para construir castillos en el aire. Los anhelos medidos sólo llegan con el tiempo libre.

Y con tantos ratos de silencio, vacíos de la algarabía, de los proyectos que llenaban antes la cocina, es muy fácil pararte a echar de menos ciertas cosas, a ciertas personas y a ciertos ojos negros.

Cuando encuentras algo que te enciende los sentidos, te arde por dentro y te convierte en una llama candente capaz de arrasar cualquier obstáculo, deja dentro de ti unos rescoldos que nunca llegan a apagarse del todo. Las brasas permanecen ahí, latentes, esperando que llegue un nuevo soplo de aire que las avive y las vuelva hacer brillar en plenitud.

Pero, como todos sabemos, el fuego es algo impaciente e incontrolable, no se le puede pedir que una vez encendido permanezca en reposo por mucho tiempo. Su instinto le hace buscar yesca a su alrededor y eso es peligroso... porque quizás en esa búsqueda intuitiva una chispa despistada encuentre una rama aparentemente seca, pero aún verde por dentro, que causa que la chispa se apague del todo al intentar prenderla.

Y es que no se puede pretender encontrar un sustituto rápido a una vigorosa hoguera en un cotidiano candil. Y justo eso es lo que me sucede a mi. El calor de un amor fuerte y abrasador aún calienta mis venas manteniendo mi sangre a una temperatura estable sin llegar a hervir.

Y desde que el fósforo que lo encendía se alejó de mi para siempre he tratatdo de buscar otro combustible para la explosión de una manera más razonada que sentida, ¡y ya se sabe que la naturaleza no funciona sin pasión!. En todos los poco recapacitados intentos (y a la vez demasiado calculados) he encontrado madera inmadura, mechas que se consumen demasiado pronto, papel mojado, alternativas sintéticas a las que les falta sabia interior.

Así que, por una parte, todas esas bengalas que me chisporrotean por dentro me hacen ser arriesgada, inconsciente y candidata ideal a cliente número uno de cualquier botiquín de primeros auxilios. Pero, por otra parte, su resplandor es mi legado. Lo que él me regaló con cada uno de sus besos, con cada caricia y con cada nota de su oscura y profunda voz y, por eso, rezo porque nunca se apaguen.

Él se fue pero yo sigo aquí y todo lo que aprendí en esa ciudad a la que tanto quiero también sigue aquí. Simplemente debo esperar a que aparezca un viento lo suficientemente fuerte como para atreverse a enfrentarse a mi hoguera y lo suficientemente estable como para permanecer alrededor de mi fuego para siempre y mantenerlo encendido.

Y ese día, con la luz de las llamas lo veré todo muy, muy claro y sabré que estoy en el buen camino. Será una antorcha capaz de iluminar el futuro que hay más allá de la encrucijada y de lacrar la herida del primer incendio del que siempre guardaré las cenizas y las sutiles quemaduras que me dejó en la piel.

MIS AMIGOS, MI FE


Hubo una época en que dejé de ser yo misma. Hubo unos años en que abandoné la costumbre de coger un boli y un papel de madrugada para volcar mis ideas y tratar de aclararlas siendo sincera con el folio y conmigo misma. Hubo un tiempo en que renuncié al hábito que me había acompañado en los años más bonitos de mi vida. Y todo eso pasó porque un día decidí volverme práctica.

No sé muy bien porque ocurrió, ni cuál fue el motivo que me impulsó a cambiar así mi forma de ser. Las causas pueden ser varias o incluso ser un compendio de todas ellas. Quizás el debate que siempre he sentido dentro de mi acerca de si los sueños son buenos o simplemente te sirven para frustrarte al no lograrlos se hizo más intenso. O más bien, puede que la razón fuera aquella vez que por ser honesta y escribir lo que no sabía decir de otro modo, lo que había llevado tanto tiempo enterrado en mi corazón, me llevé una de las bofetadas que más me ha costado encajar, una de esas que duelen por debajo de la piel. O puede que simplemente el motivo fuera esta sociedad, esta sociedad que establece cómo tiene que ser nuestra vida, que sentencia tus ideas sólo por tu edad y que afirma que todo lo que anhelas conseguir son únicamente fantasías que te pueden robar lo que sí es de verdad.

No lo sé…pero el caso es que yo un día me levante y decidí dejarme de imaginación, no pensar tanto en la vida, no crearme un futuro que me impulsase a seguir pero que luego también me hundiera al no alcanzarle.

Y entonces, en ese segundo de mi pasado, comencé a tener ideas como que el amor es una necesidad y no un privilegio o que el estar con alguien tenía que basarse en tener algo a lo que aferrarte para no quedarte sola en lugar de cimentarse en la pasión, el deseo o la ilusión. Al fin y al cabo, todo el mundo lo piensa, ¿no?, en cualquier revista encuentras artículos científicos que demuestran que el amor no es algo sublime sino que es una reacción química de no sé que hormona que se acaba quedando seca dando paso al compañerismo, el cariño, la rutina…en definitiva, a la necesidad mutua por motivos lógicos. ¡Qué triste es racionalizarlos todo así!.

Además, los sabios “adultos con experiencia” ilustran de muchos modos como hay que conformarse con lo que se tiene porque si no hay nada más detrás de esa pantalla que tienes en los ojos te acabas quedando sin nada.

Cuando llegué a este punto me di cuenta de que unos meses atrás se me hubieran ocurrido cientos de frases para rebatir mis propias palabras pero que en ese momento me negaba a esbozarlas porque yo misma tenía profundos problemas para creerlas. Y en ese instante comprendí la devastadora realidad: estaba perdiendo la fe.

Al descubrir que algo se estaba marchitando dentro de mi reaccioné porque me di cuenta de que no quería que eso muriera. No podía permitir que esa parte de mi desapareciera porque si siempre ha habido algo que me hacía considerarme especial, una característica que me hacía estar orgullosa de mi misma, era precisamente esa fe. Ese sentimiento de que las cosas son posibles si las deseas mucho, de que el amor es un regalo, la guinda del pastel, y que no es algo que se explique sino que se vive con el alma, con esa parte no física de las personas que nos hace sentir la intensidad de las cosas. Esa esperanza de que si quieres a las personas por encima de todo lo demás ellas siempre estarán ahí, que no te abandonarán y harán que los sentimientos no tengan fecha de caducidad.
Todo eso era, y aún es, el motor de mi vida y la guía de mi camino y por raro o ingenuo que pueda parecer yo aseguro que si esa luz se me apaga no sé seguir.

Entonces para evitar perderme del todo en el abismo de la incredulidad y para disipar el miedo a hipotecar mi vida por algo inexistente, por luchar por un oasis, busqué a mi alrededor algo a lo que aferrarme, un bote salvavidas que me devolviera al lugar al que siempre pertenecí. Y lo encontré.

Las retinas se aclararon y observé, con una claridad reveladora, que si hay algo de lo que nunca he dudado y de lo que nunca dudaré es de mis amigos. Ellos son lo más mágico que he tenido a lo largo de mi existencia. La prueba viviente de que algo muy bueno debí de hacer en una vida anterior para que algún dios haya decidido premiarme con algo así.

En ese momento supe que es mucha la gente que se sorprende al ver que después de tantos años sigamos juntos, y también supe que puede revolotear mucha incredulidad alrededor de un grupo de amigos que después de vivir tantas cosas se siga necesitando y siga dispuesto a pasar experiencias juntos. Y me pregunté si la razón por la que hemos logrado todo eso, que muy, muy poca gente en este mundo tiene, no será precisamente esa fe.

Y eso fue lo que evitó que me rindiera, el saber que hay sueños que ya he conseguido.

Además, no es que se pueda decir que desde el instante en que decidí volverme práctica mi vida mejorará mucho…así que puede que eso realmente no sea tan bueno. ¿Cómo puede haber cuestiones irrebatibles si la existencia de cada persona es un mundo? Lo que para alguien es una verdad universal para el individuo que está sentado a su lado en el autobús puede ser una auténtica estupidez. Nadie puede adivinar el futuro de nadie y tampoco nadie debería atreverse a decir lo que otra persona es capaz de lograr. Lo cierto es que creo que la rebeldía no es lo mío, pero estoy segura de que en este tema es necesario luchar contracorriente.

Es mucha la gente que piensa de forma lógica, que acepta las cosas como son, y muy escasa la que sigue peleando por alcanzar las cosas como realmente tiene que ser, como sueñan que deben ser; sobre todo cada vez hay menos personas así entre la gente mayor. Y este hecho es, a mi entender, una de las mayores contradicciones de nuestro mundo, si a cualquiera que le preguntes te dice que los mejores años de su vida fueron su infancia y su juventud por ese ansia y esas ganas de vivir de verdad que sintieron, ¿por qué luego renuncian a todo y simplemente se conforman?.

La cuestión está clara: hace falta mucho valor para vivir con fe. Y yo al menos quiero intentarlo un poco más. Continuar escribiendo mis sueños en un papel y trabajar para construirlos fuera de él. Mis amigos me han enseñado que debe ser así. Yo creo en ellos y ellos siguen aquí manteniendo, día a día, viva mi fe.

LA LETRA S (INTENTO DE ALITERACIÓN)


La S es una letra sabia, con sus años y su experiencia.

Es lo único que suena en el silencio y la sombra sobre el sol.

Su rasgo más significativo es la serenidad.

Surge en los segundos sinceros, en un siseo o en un suspiro, cuando los sentimienos entre dos seres se sellan con un "para siempre".

Presente en el pasado y en lo sucesivo.

Su silueta de sutiles curvas simboliza las cosas simples y resuena con salero en las comisuras de las personas más sensibles.

Es la esencia de los sueños y el misterio de lo sombrío de los secretos.

Está en España y está en Castilla, en siega y en castizo, es nuestra y lo sabemos.

Sigamos saboreándola. Sabor a S, sal de los sentidos.